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viernes, 7 de julio de 2017

previo: desde los once aprendí a comunicar. educar la voz fue mi primera tarea con el canto, con el rezo en latín en voz alta, con la lectura en voz alta, con el ejercicio de respiración y dicción. de ahí al uso del micrófono un pequeno paso y luego ya convertido en mi "modus vivendi" nunca más abandoné la radio, ese maravilloso instrumento que me deparó tantas satisfacciones pero también la cárcel y el exilio, que no acaba de terminar.


Una tendencia en el mundo desarrollado es la de eliminar a la radio convencional –aquella que utiliza es espectro electromagnético para la difusión de sus contenidos- y migrar al espacio virtual.

Las nuevas generaciones no escuchan radio –al menos no de la manera en la que las precedentes lo hicieron-. Hace unas semanas, uno de mis estudiantes me dijo que los dispositivos móviles ya no incluyen el receptor de radio entre sus aplicaciones de fábrica.

Pero, para fortuna de sus amantes, en esta parte del mundo –Latinoamérica, digamos- la radiodifusión “tradicional” está lejos de pasar a ser un asunto de museo; es más, podría decirse que está cada vez más vigente. Si hablamos en términos cuantitativos, mencionemos el desmesurado número de estaciones que pueblan el dial –una norma atrabiliaria así lo permite; estableciendo “cupos”, además. La sobresaturación de frecuencias ha hecho que unas se sobrepongan a otras creando interferencias de unas a otras-.

Otro hecho que da cuenta de la importancia de este medio de comunicación en estos lares, es la reciente zozobra que se produjo a raíz del anuncio gubernamental de no renovar licencias a aquella emisoras (no lo dijo explícitamente, pero lo dejó entrever) que le resultan “incómodas” debido a su no alineamiento con el discurso oficial. Dicha amenaza se frenó temporalmente ante el compromiso de las mismas de “adecuarse” a ciertos requerimientos que el Estado les reclama. Desde hace varios años, las radios están obligadas a entrar “en cadena” para la emisión con carácter de gratuidad, como en los peores tiempos de dictadura, de los discursos del Presidente en sus informes de gestión.

En lo cualitativo, un ejemplo fresquito es el seminario internacional que, con motivo de los 50 años de Erbol, concluye hoy viernes, luego de tres días de desarrollo. “La radio educativa en América Latina: Sentido y razón de una marcha de medio siglo”, se llama.

Dichas estas consideraciones, permítaseme referirme a un caso particular de experiencia radiofónica que este mes cumple diez años en el éter: radio “Deseo”, una de las emisoras incómodas, no sólo para el gobierno, sino para buena parte de la sociedad tradicionalista. Incómoda, a veces, incluso para quien escribe que, sin pertenecer orgánicamente a su plantel, forma parte del equipo de productores de la misma. Una extrema estridencia –y no me refiero a la música- le genera, pienso, algún rechazo. Pero sin esa estridencia, Deseo no sería Deseo (apuesto a que María Galindo, lejos de perturbarse, está celebrando estas líneas, porque ella quiere que Deseo no deje de ser eso; incluso querría que la estridencia aumentase)

Y es precisamente ella, Galindo –A la Cesaresa lo que es de la la Cesaresa-, a quien Deseo le debe haber llegado a esta década de un proyecto autogestionario no comercial. Con Galindo tengo también ciertas diferencias, como ella las tiene conmigo, pero reconozcamos que sin su determinación la radio no hubiera pasado de un invierno. Y ya llevamos diez inviernos junto a una audiencia que volvió a encontrar algo de interés en la radio.

Las amenazas están latentes pero los deseos de libertad, de inclusión y de justicia son más fuertes. Eso, sin olvidar que la música de los deseos sólo tiene cabida en Deseo.

Cierro esta entrega esperando no dar motivos para ser incluido en la lista de padres irresponsables; lista de la que no se libraron ni Evo Morales Ayma, ni Ernesto Guevara de la Serna, ni Eugenio Rojas, ni el hijo del exembajador en Cuba, Palmiro Soria.

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