Una
tendencia en el mundo desarrollado es la de eliminar a la radio convencional
–aquella que utiliza es espectro electromagnético para la difusión de sus
contenidos- y migrar al espacio virtual.
Las nuevas
generaciones no escuchan radio –al menos no de la manera en la que las
precedentes lo hicieron-. Hace unas semanas, uno de mis estudiantes me dijo que
los dispositivos móviles ya no incluyen el receptor de radio entre sus
aplicaciones de fábrica.
Pero, para
fortuna de sus amantes, en esta parte del mundo –Latinoamérica, digamos- la
radiodifusión “tradicional” está lejos de pasar a ser un asunto de museo; es
más, podría decirse que está cada vez más vigente. Si hablamos en términos
cuantitativos, mencionemos el desmesurado número de estaciones que pueblan el
dial –una norma atrabiliaria así lo permite; estableciendo “cupos”, además. La
sobresaturación de frecuencias ha hecho que unas se sobrepongan a otras creando
interferencias de unas a otras-.
Otro hecho
que da cuenta de la importancia de este medio de comunicación en estos lares,
es la reciente zozobra que se produjo a raíz del anuncio gubernamental de no
renovar licencias a aquella emisoras (no lo dijo explícitamente, pero lo dejó
entrever) que le resultan “incómodas” debido a su no alineamiento con el
discurso oficial. Dicha amenaza se frenó temporalmente ante el compromiso de
las mismas de “adecuarse” a ciertos requerimientos que el Estado les reclama.
Desde hace varios años, las radios están obligadas a entrar “en cadena” para la
emisión con carácter de gratuidad, como en los peores tiempos de dictadura, de
los discursos del Presidente en sus informes de gestión.
En lo
cualitativo, un ejemplo fresquito es el seminario internacional que, con motivo
de los 50 años de Erbol, concluye hoy viernes, luego de tres días de
desarrollo. “La radio educativa en América Latina: Sentido y razón de una
marcha de medio siglo”, se llama.
Dichas
estas consideraciones, permítaseme referirme a un caso particular de
experiencia radiofónica que este mes cumple diez años en el éter: radio
“Deseo”, una de las emisoras incómodas, no sólo para el gobierno, sino para
buena parte de la sociedad tradicionalista. Incómoda, a veces, incluso para
quien escribe que, sin pertenecer orgánicamente a su plantel, forma parte del
equipo de productores de la misma. Una extrema estridencia –y no me refiero a
la música- le genera, pienso, algún rechazo. Pero sin esa estridencia, Deseo no
sería Deseo (apuesto a que María Galindo, lejos de perturbarse, está celebrando
estas líneas, porque ella quiere que Deseo no deje de ser eso; incluso querría
que la estridencia aumentase)
Y es
precisamente ella, Galindo –A la Cesaresa lo que es de la la Cesaresa-, a quien
Deseo le debe haber llegado a esta década de un proyecto autogestionario no
comercial. Con Galindo tengo también ciertas diferencias, como ella las tiene
conmigo, pero reconozcamos que sin su determinación la radio no hubiera pasado
de un invierno. Y ya llevamos diez inviernos junto a una audiencia que volvió a
encontrar algo de interés en la radio.
Las
amenazas están latentes pero los deseos de libertad, de inclusión y de justicia
son más fuertes. Eso, sin olvidar que la música de los deseos sólo tiene cabida
en Deseo.
Cierro
esta entrega esperando no dar motivos para ser incluido en la lista de padres
irresponsables; lista de la que no se libraron ni Evo Morales Ayma, ni Ernesto
Guevara de la Serna, ni Eugenio Rojas, ni el hijo del exembajador en Cuba,
Palmiro Soria.
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