El Gobierno del MAS quiere inventarlo todo, hasta una nueva forma de medir la pobreza y con eso deja satisfechos a algunos organismos internacionales que siempre se han fijado en los datos macroeconómicos y nunca se han detenido a mirar cómo es que realmente vive la gente en Bolivia.
La ecuación es muy simple. Se trata de dividir el total de los ingresos del país (que han aumentado muchísimo sin duda alguna) entre todos los bolivianos y el resultado, obviamente, es una reducción del número de pobres y de aquellos que viven en el umbral de la indigencia. Según los datos oficiales el nivel de pobreza ha bajado en un 8,4 por ciento entre el 2002 y el 2009 y la extrema pobreza ha caído en un 5,9 por ciento. El presidente ha informado sobre la base de estos datos, que hay por lo menos un millón de bolivianos que han pasado de la pobreza a la clase media ¿cómo lo logró? Pues haciendo la mezcolanza de números en la que los porcentajes que resultan de la división no permiten ver las particularidades y sobre todo, esconden una gran mentira.
Afortunadamente todavía hay quienes están dispuestos a enfrentar la verdad en Bolivia y la peor de todas, por desgracia, se llama desigualad, no solo en términos de ingreso, sino también en la distribución de la tierra, en educación, en la calidad del salario y otros aspectos que se mantienen en los niveles históricos.
La pobreza no se mide con encuestas y mucho menos con simples ecuaciones, sino mediante un censo que analice la situación de cada uno de los hogares bolivianos, su acceso a los servicios básicos, la calidad de la vivienda, el nivel de educación, situaciones como el hacinamiento y también los ingresos. Todos estos detalles han sido analizados recientemente por la Fundación Konrad Adenauer (KAS), cuyas conclusiones rebaten por completo el informe de la CEPAL, que no hizo más que llenar de elogios al Gobierno por todo el cuento de los “ingresos medios”, el supuesto cumplimiento de las Metas del Milenio y la presunta reducción de la pobreza.
Para la KAS, el problema de la desigualdad es central en el país, porque no solo refleja la existencia de grandes bolsones de pobreza, sino que muestra que la lucha para reducirla es muy lenta, hecho que va profundizando los abismos entre dos clases de bolivianos, los que van superando paulatinamente sus problemas y los que van agudizando también sus dificultades y ampliando sus postergaciones. El resultado de este cuadro perverso es naturalmente un caldo de cultivo para el malestar social que sigue amenazando la estabilidad política en Bolivia. Prueba de ello es que, pese a que supuestamente estamos en un periodo en el que se están comenzando a saldar las deudas sociales, el nivel de conflictividad en el país no ha bajado y en todo caso, tiende a aumentar.
El Gobierno está obnubilado con la danza de cifras sobre exportaciones, récord en reservas e ingresos públicos. Eso forma parte del cuadro macroeconómico que le ha tocado administrar al MAS en este periodo de bonanza y que refleja en todo caso, el lado más débil de este régimen, pues con tantos recursos disponibles no ha sido capaz de conseguir que los bolivianos, nos referimos a los más necesitados, den un paso significativo en su calidad de vida.
La ecuación es muy simple. Se trata de dividir el total de los ingresos del país (que han aumentado muchísimo sin duda alguna) entre todos los bolivianos y el resultado, obviamente, es una reducción del número de pobres y de aquellos que viven en el umbral de la indigencia. Según los datos oficiales el nivel de pobreza ha bajado en un 8,4 por ciento entre el 2002 y el 2009 y la extrema pobreza ha caído en un 5,9 por ciento. El presidente ha informado sobre la base de estos datos, que hay por lo menos un millón de bolivianos que han pasado de la pobreza a la clase media ¿cómo lo logró? Pues haciendo la mezcolanza de números en la que los porcentajes que resultan de la división no permiten ver las particularidades y sobre todo, esconden una gran mentira.
Afortunadamente todavía hay quienes están dispuestos a enfrentar la verdad en Bolivia y la peor de todas, por desgracia, se llama desigualad, no solo en términos de ingreso, sino también en la distribución de la tierra, en educación, en la calidad del salario y otros aspectos que se mantienen en los niveles históricos.
La pobreza no se mide con encuestas y mucho menos con simples ecuaciones, sino mediante un censo que analice la situación de cada uno de los hogares bolivianos, su acceso a los servicios básicos, la calidad de la vivienda, el nivel de educación, situaciones como el hacinamiento y también los ingresos. Todos estos detalles han sido analizados recientemente por la Fundación Konrad Adenauer (KAS), cuyas conclusiones rebaten por completo el informe de la CEPAL, que no hizo más que llenar de elogios al Gobierno por todo el cuento de los “ingresos medios”, el supuesto cumplimiento de las Metas del Milenio y la presunta reducción de la pobreza.
Para la KAS, el problema de la desigualdad es central en el país, porque no solo refleja la existencia de grandes bolsones de pobreza, sino que muestra que la lucha para reducirla es muy lenta, hecho que va profundizando los abismos entre dos clases de bolivianos, los que van superando paulatinamente sus problemas y los que van agudizando también sus dificultades y ampliando sus postergaciones. El resultado de este cuadro perverso es naturalmente un caldo de cultivo para el malestar social que sigue amenazando la estabilidad política en Bolivia. Prueba de ello es que, pese a que supuestamente estamos en un periodo en el que se están comenzando a saldar las deudas sociales, el nivel de conflictividad en el país no ha bajado y en todo caso, tiende a aumentar.
El Gobierno está obnubilado con la danza de cifras sobre exportaciones, récord en reservas e ingresos públicos. Eso forma parte del cuadro macroeconómico que le ha tocado administrar al MAS en este periodo de bonanza y que refleja en todo caso, el lado más débil de este régimen, pues con tantos recursos disponibles no ha sido capaz de conseguir que los bolivianos, nos referimos a los más necesitados, den un paso significativo en su calidad de vida.
La pobreza no se mide con encuestas y mucho menos con simples ecuaciones, sino mediante un censo que analice la situación de cada uno de los hogares bolivianos, su acceso a los servicios básicos, la calidad de la vivienda, el nivel de educación, situaciones como el hacinamiento y también los ingresos.
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