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miércoles, 10 de abril de 2013

Maggy Talavera afirma que además de la censura y la autocensura se suma la banalidad de la acción noticiosa y convertir en farándula la acción política, que fomentan la frivolidad, el nomeimportismo y la alineación, por desgracia.


Una de las preguntas más comunes en las entrevistas o consultas que atiendo hoy es si en Bolivia hay o no libertad de prensa. Hay, respondo, sin obviar consideraciones que no pueden ser soslayadas y que tienen que ver con el notorio deterioro no sólo de esta libertad, la de prensa, sino de todas las libertades.
Un retroceso que obedece al cada vez más claro proyecto político de poder del Gobierno de turno, al que las libertades de pensamiento y acción le molestan, pero también a la incapacidad y falta de coherencia en casi todos los sectores de la sociedad civil, cuyas élites siguen actuando de acuerdo a intereses personales e inmediatos, y a las que parece importarles un comino lo que ocurra más allá de sus bolsillos.
Digo esto pensando en las respuestas que se dan a la pregunta de si hay o no libertad de prensa en Bolivia. Muchas son radicales y responden con un “no” rotundo, que no se ajusta a la realidad; y otras, más equilibradas, dicen que hay libertad de prensa, pero bajo amenaza. Todas ellas, sin embargo, parecen estar dirigidas a señalar al Gobierno central como el único promotor de censuras y atentados contra la prensa libre, y dejan de lado –o eximen de culpa y pena– a otros poderes políticos y económicos también alentadores de censuras de prensa, ya sea por acción directa o por complicidad con el poder central.
Es fácil hacer un listado con ejemplos, en el que se incluyan no sólo las leyes y normas impuestas por el Ejecutivo en desmedro de la libertad de prensa, de pensamiento y de expresión, sino también las omisiones de la sociedad civil. Si no fuera así, es decir, si no hubiera esa complicidad de la sociedad civil con el poder, ninguna medida o acción violatoria de las libertades tendría efecto. No al menos en las dimensiones que vemos en Bolivia, donde ya no es siquiera necesaria la injerencia directa del poder para frenar la publicación de una noticia, de una opinión e incluso de una solicitada en cada vez más medios de comunicación: la autocensura hace el trabajo sucio. Claro, todo según el interés de los dueños de los medios o de los periodistas que manejan la información.
A la censura y autocensura se suma hoy otro factor, cada vez más determinante, al que poco trabajo le está costando lograr su cometido: distraer a la población de los asuntos de interés nacional y regional, y que son decisivos para la vida en una sociedad libre y democrática, bien informada y consciente de sus derechos y obligaciones. Ese factor es el de la banalización de la noticia y la farandulización de los hechos políticos, sociales y económicos, tan características de lo que Mario Vargas Llosa llama “la sociedad del espectáculo”. No es exagerar afirmar que los medios de comunicación en Bolivia, y diré de manera especial en Santa Cruz, están dando prioridad a lo banal y a la farándula en sus espacios estelares, fomentando la frivolidad, el nomeimportismo y la alienación.
Un rol de los medios de comunicación que alientan y alimentan con entusiasmo todos los poderes, sin excepción, y a los que se suman también con entusiasmo las élites de diferentes sectores de la sociedad, en la creencia absurda de que así podrán consolidar el control que tienen sobre las grandes mayorías, en beneficio de la perpetuidad en el poder y en el goce de privilegios a los que no están dispuestos a renunciar. Creencia absurda que lleva a unos y otros a apostar por productos mediáticos que promocionen lo banal y frívolo, y no así medios alternativos que apuestan más bien por la promoción del pensamiento crítico y la construcción de una sociedad consciente, lúcida y activa a la que no es posible engañar, ilusionar, controlar y someter a mandos únicos.
Estamos hablando de una realidad visible en Bolivia, nada menos que en un momento en el que el país necesita más bien de medios de comunicación comprometidos con el ideal de una sociedad consciente y no manipulable por los poderes, una sociedad capaz no sólo de discernir entre lo bueno y lo malo, entre la verdad y la mentira, sino también de actuar en consecuencia, develando imposturas, tanto de parte de los que se alternan en el poder, como de medios de comunicación que juegan al periodismo. Un ideal sólo posible de alcanzar con élites comprometidas a dejar de lado el cinismo –ese que manifiestan en halagos a la prensa banal, mientras que en el discurso claman por prensa responsable- y a recuperar coherencia y convicción en la lucha por un mejor periodismo, mejores medios de comunicación y sociedad mejor informada.
Página Siete – La Paz

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