Mónica Oblitas, una de las periodistas más destacadas de nuestro país, está pasando por momentos difíciles. Contra ella se ha desencadenado la furia de gente que se siente amenazada por su inteligencia, honestidad, valentía y entereza, cualidades todas ellas incompatibles con la corrupción, el abuso de poder y la degeneración de algunas instancias judiciales.
Mónica es muy conocida y apreciada por quienes leen las páginas de este matutino, porque desde hace más de 10 años es la principal redactora de la revista ¡Oh! Quienes domingo a domingo leen sus artículos, conocen la calidad de su trabajo y saben cuán justos son los muchos premios que le han sido otorgados en nuestro país y también en el exterior. Y saben también cuán injusto es que contra ella se ensañen quienes temen que la verdad haga visibles sus maldades y delitos.
Una andanada de amenazas contra su integridad física, contra su vida, e incluso contra su hijo, son los métodos a los que han recurrido quienes quisieran que periodistas como Mónica Oblitas dejen de escribir e incluso de existir. Y todo porque el matutino paceño La Prensa tuvo el valor de publicar, el 3 de abril pasado, una investigación sobre corrupción en el Instituto de Investigaciones Forenses de El Alto.
El caso, por lo grave que es, además de haber despertado la solidaridad de las principales organizaciones periodísticas nacionales, ha trascendido ya nuestras fronteras. Instituciones como Reporteros Sin Fronteras y el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) han tomado cartas en el asunto, han expresado su plena solidaridad, e importantes diarios europeos ya lo han incluido en su agenda informativa. Mónica, felizmente para todos, no está sola.
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