Con su rostro llamativamente tenso, el vicepresidente Álvaro García Linera acaba de cerrar una semana laboral agitada por su visión de la libertad de prensa, sobre todo tras su inédita confesión de que observa las redes sociales y anota todos los nombres de los tuiteros que insultan o son racistas con el presidente. El segundo mandatario ha sido secundado por las revelaciones del ministro de Gobierno de que hay un sistema de monitoreo de los medios y de la comunidad internauta y por otros voceros del MAS que anunciaron la regulación de las redes sociales, algo técnicamente casi imposible. Solo se puede controlar lo que se emite en el twitter y en el facebook cortando esos servicios, como sucedió en países con regímenes de perfil totalitario.
García Linera volvió de Argentina, donde alguna vez expresó que respeta a la libertad de prensa en Bolivia, con una actitud agresiva con un diario nacional y con una posición curiosamente cambiante sobre la regulación de la comunicación. En su última conferencia de prensa, el vicepresidente atacó y acusó a los mandos del periódico Página Siete por un titular de portada que considera falso y sesgado políticamente. Incluso denunció que el dueño de ese medio está vinculado a la derecha chilena y sindicó a su director de haber tenido vínculos con un partido privatizador. No corresponde entrar a juzgar la labor del medio colega, pues son los responsables de ese periódico quienes deben defender su trabajo o asumir sus errores. En cambio, el país espera que el vicepresidente respalde su grave acusación contra los propietarios de ese medio, considerando su demanda permanente de responsabilidad en el periodismo. Si García Linera exige rigor profesional a los comunicadores, cuando menos él debe exponer rigor en sus pronunciamientos públicos. Es deseable, además, que si el segundo mandatario reclama veracidad en los medios privados, también se la exija a los del Estado, pues el buen ejemplo debe empezar por casa.
Más allá de esta nueva confrontación del gobernante con un periódico, su reciente exposición sobre la tarea de los medios de comunicación muestra preocupantes lagunas. García Linera no ha tenido otra salida que retroceder para abandonar su enredo con las redes sociales. El vicepresidente tuvo que aclarar que su posición es personal, que es imposible técnicamente controlar los mensajes en las redes sociales y que simplemente abrió una reflexión. Con la marcha atrás de García Linera, se espera que al menos los que lo secundaron también revisen sus cuestionadas intenciones. Deben desenredarse cuanto antes de su último enredo con las redes sociales.
También queda pendiente que de una vez por todas despejen la incertidumbre que generan cuando hablan de una nueva ley de medios. En ese sentido, el vicepresidente descartó en su última intervención la posibilidad de estrenar una norma para la comunicación, mensaje que contradice las de otros miembros de su gobierno.
No hay confianza en la palabra de los gobernantes, y, por supuesto, con razones. Hace tiempo que hay la sensación de que esconden algo bajo el poncho y que lo de la libertad de prensa es solo una ilusión que se esfuma.
No hay confianza en la palabra de los gobernantes, y, por supuesto, con razones. Hace tiempo que hay la sensación de que esconden algo bajo el poncho y que lo de la libertad de prensa es solo una ilusión que se esfuma.
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