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viernes, 18 de enero de 2013

Humberto Vacaflor muestra el valor de reconocer el dopaje a que uno está sometido. en Bolivia hay un gobierno dopado, porque ciertos contratos suyos con China están a punto de quebrar Vinto (la fundición) y Huanuni (la mina) lo cual sería una hazaña cuando los precios son tan...pero tan altos.


El ciclista Lance Armstrong ha sacudido al mundo deportivo al admitir que ganó muchos premios gracias a que estaba dopado. Lo había negado durante mucho tiempo alegando que quienes lo acusaban de doping eran envidiosos.
Él se atribuía los méritos que correspondían, en justicia, a unas muy modernas drogas. Hasta que decidió decir la verdad. Admitió también que en su falso reinado despreciaba las críticas y las mandaba a callar. Un dictador sentado en un trono de mentiras.
Algunos casos parecidos se están dando en las economías de países como Argentina, Bolivia y Venezuela, donde los gobiernos gozan de situaciones ajenas a su capacidad pero se atribuyen todos los méritos y hasta quieren premios.
Dice un análisis de Fernando Iglesias en La Nación de Buenos Aires que en la economía argentina hay que hablar de un doping, producto de la baja tasa de interés internacional del dólar y los altos precios de la soja. Pero además de un irresponsable manejo de los recursos de parte de una irresponsable gobernante.
En Bolivia hay un gobierno que está dopado también por los precios de las materias primas de exportación diez veces superiores a los de 2001. Para decirlo en lenguaje de la minería boliviana, es un gobierno “juku” porque sólo se dedica a extraer una riqueza sin haber participado en preparar los yacimientos.
El presidente boliviano acaba de anunciar que no cambiará a sus ministros. Podría incluso mandarlos de vacaciones permanentes. Mientras los precios de las materias primas se mantengan tan altos como ahora, no hace falta que nadie intervenga.
Quizá sería mejor que se fueran, porque así ninguno de ellos firmaría contratos como el de la venta de estaño a China, un contrato que está a punto de provocar la quiebra de Vinto. E incluso de Huanuni, lo que sería una hazaña. Quebrar empresas que producen estaño cuando el precio está en 11 dólares la libra (en 2001 estaba en 1,75) sería digno de un premio al revés.
Cuando toman iniciativas, se equivocan. Tendrían que cruzarse de brazos, recibir el dinero que les llega por circunstancias exógenas, y quizá podrían proponerse invertir bien los recursos. Pero están mostrando que, en eso, son un peligro.
Armstrong ha decidido decir la verdad. Decir que estafó a la gente, que mintió muchas veces, incluso ante la justicia. Se quitó la máscara de mentiroso.
Para tomar esas decisiones se necesitan valores que al final prevalecen después de haber estado reprimidos. ¿Tendrán esos valores estos otros dopados?

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