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jueves, 1 de septiembre de 2011

Karem Aráuz visitó a Cayetano en su lecho de enfermo. efluvios de profundo sentimiento de amistad se desprenden de su tierno pensamiento en el amigo que se va, eso sí dejando un rayo pleno de luz

Su amante, esposa y cómplice compañera, mi amiga, me acompañó hasta el dormitorio donde lo visité  hace un par de días. Hacía unas semanas que ya no iba por el café donde nos reunimos entre amigos hace varios años todos los días por la mañana. Los viernes, leía en voz alta para sus amigos, su columna de opinión que sería publicada el fin de semana. Era una especie de ritual que apreciábamos pues teníamos la primicia de conocer con antelación el tenor de su artículo semanal que nos aportaba un tema de actualidad sobre el qué conversar.

Aún en perfecto control de sus pensamientos, extremadamente delgado pero impecablemente acicalado, estaba recostado en su cama con la misma expresión serena que le conocí desde que supimos que su fin era inminente. Cuestión de tiempo. Demasiado poco tiempo. Me comentó con la tenue voz de las últimas semanas, que pese a sentirse muy agotado, estaba tratando de  escribir su último artículo. Deseaba despedirse. Plasmar en su columna de hace tantos años, los sentimientos y pensamientos que lo acompañaban en esos momentos. No es fácil dominar los afectos y mis ojos nublados me traicionaban. Sin embargo, reprimiendo con esfuerzo el sollozo que insistía por escapar de mi garganta, logré mantener la calma y compartir con él por algunos minutos.

Sus palabras surgían con calma, pausadamente. Esa es la parte del todo que me conmovió. Cayetano Llobet era un ser apasionado, directo, vital. Muchas veces mordaz pero intelectualmente honesto. Poco condescendiente con los subterfugios y absolutamente inflexible con los falsos positivos de la política.

Su rígida postura y la ferocidad con la que defendía sus puntos de vista, le acarrearon con frecuencia, ríspidos enfrentamientos que sorteaba con la solvencia que le daba su convicción nacida de la experiencia y el estudio.  Los muchos años de desmenuzar las tendencias del acontecer político e ir confrontándolos con los evidentes sucesos, le daban una gran solvencia en lo que es su mayor denominativo: el de certero analista político.

Lo conocí hace más de veinte años cuando aún vivía en Sucre. Había regresado al país desde México, después de muchos años de exilio. Volvía decidido a participar activamente en el acontecer boliviano. Así lo hizo desde entonces en diferentes medios televisivos y de prensa escrita. Nos acostumbró a sus agudas observaciones y a sus a veces cáusticos pero siempre polémicos criterios.

Regresó casado con una interesante socióloga mexicana y dos pequeñas niñas de ella. Con el correr de los años, aprenderían de él, a amar de verdad a su nueva patria adoptiva. Sumaban cuatro los hijos con que crearon su nueva vida. Pocos años más tarde, la familia se amplió con dos nuevos miembros.

Fue un  feroz custodio y apasionado amante de su entorno. Las historias de una familia, -donde los tuyos, los míos y los nuestros no son con frecuencia impecables- encontraron en la pareja, el paradigma de lo que se puede lograr con puro amor y la decisión absoluta de ser y hacer felices a los que te rodean.

Muchos saben de su amor incondicional por su mujer, pero poca gente conoce los extremos de ternura que le brotaba por los poros por la más pequeña de su extendida familia inmediata. El compañerismo y la amistad entre los hijos son tan homogéneos, que todos ocupan el mismo lugar especial en su corazón y él en el de ellos. La fluida comunicación entre todos -siempre con gran  dosis de humor inteligente- es el ambiente que hoy lo  acompaña en este trance definitivo. Su pasión por el  fútbol y su ferviente fanatismo por el Barcelona en particular, pintaba en su rostro inocultable alegría o desazón de infantil simplicidad.

Ocotalia, la casa de campo familiar o su paraíso como la llamaba, es una muestra de amante dedicación sostenida y  la alegría que le brindaban las flores y los frutos de su huerta diariamente, es en sí, un verdadero canto a la vida.

Pese a su fortaleza emocional y a su decisión de enfrentar la muerte como ha vivido la vida -de frente- el destino predeterminado lastima pues nos niega a nosotros sus amigos y lectores de mucho tiempo, continuar contando con sus pensamientos, sus convicciones y su amistad.

Hoy, ante la inminencia de su partida, deseo despedirme de Cayetano. El modo como ha sobrellevado su enfermedad, es una lección sustancial que perdurará en mi memoria.

Haz sembrado árboles, escrito libros y criado seis magníficos hijos. Haz cumplido tu misión. Adiós amigo, que tu travesía sea plena de luz.

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