En momentos en que un minusválido mental, candidato a la Alcadía de Santiago de Chile, rebuzna diciendo que Bolivia quiere puerto para sacar por barco su cocaína al mundo, en nuestro país nada mejora después de celebrarse los mentirosos 30 años de democracia y se acrecienta el hostigamiento y las amenazas contra la prensa.
Cuando los bolivianos deberíamos estar todos juntos juzgando azorados lo que expresa un microcéfalo candidato chileno de una fracción política insignificante en su país y no de los partidos importantes, otros microcéfalos nacionales lanzan sus últimos petardos por las celebraciones de las tres décadas democráticas, pero esta vez petardos letales, con cabezas de acero. Sucedió, por segunda vez en menos de una semana, contra el domicilio de mi colega en la página dominical de “El Diario”, el periodista Humberto Vacaflor, quién, además, ya había sido retirado del periódico “La Razón”, porque cargó la tinta contra la administración masista y eso es imperdonable.
Esto de Humberto Vacaflor – cuyo sino es ser acosado en dictadura y en democracia – ha sido lo más visible a nivel nacional de cuanto padece la prensa, pero no lo único. Y no es una excepción, no se trata de un tropiezo cualquiera, porque existen otros periodistas perseguidos y alguno en la cárcel (lo había por lo menos hasta hace poco) que clamaba por su inocencia, juraba por su mujer y sus hijos, y que, si no recordamos mal, fue trasladado desde Cobija hasta La Paz en calzoncillos, donde, en El Alto, alguien de buen corazón le prestó unos pantalones.
Entre los últimos perseguidos está el director del diario El Sol de Pando, el conocido periodista Wilson García Mérida, que acaba que ponerse a buen recaudo en el Brasil, sin la engorrosa petición de asilo, porque en Cobija no existe dónde asilarse si no es pasando el Puente de la Amistad – que ahora hace honor a su nombre – corriendo a todo lo que den las piernas. García Mérida, con la gerente de El Sol de Pando y con su esposa enferma, tuvo que fugar porque señaló algo que en la Bolivia actual es intocable: la corrupción.
El cruceño Carlos Valverde Bravo es otro periodista que está en la mira del Gobierno desde hace mucho. Con su peculiar y llamativo estilo de comentar corajudamente las noticias, Valverde tiene “curtido” al MAS y por supuesto a S.E. y se ha convertido en un informador que ya debe haber presentado su programa “Sin letra chica” en unos tres canales de TV y ha tenido que saltar de uno a otro porque, sin necesidad de que se vea la mano gubernamental abiertamente, se da por descontado que el Gobierno sugiere su expulsión primero, luego ofrece aumentar o quitar publicidad al canal que lo cobija, y por último amenaza de manera drástica. O finalmente compra el medio con dinero que le sobra, que es lo más sencillo y útil. ¿Qué pueden hacer los dueños? Tienen dos opciones: pelear como machos o consentir el atropello. Si se ve el escenario de la televisión, por lo menos en Santa Cruz, ya no van quedando espacios para nadie que se permita criticar al MAS, hay sólo campo para las alabanzas.
Además, a Valverde ya le han anunciado que asimismo tendrá que dejar su muy popular programa radial “Como somos”, que se transmite por radio Clássica también de Santa Cruz. Es decir que la figura de Valverde – convertida en emblemática por todas las denuncias que ha formulado con documentos y libros – la quieren hacer desaparecer mágicamente: es decir que por arte de birlibirloque ni se lo verá, ni se lo oirá. Dejará de existir. Hace un par de años que no es posible verlo a nivel nacional, ahora dejará de vérsele a nivel local, incluidas grandes poblaciones del oriente. Se lo desea enmudecer quitándole los micrófonos. Habrá que ver si logran vencer su empecinamiento.
No debemos olvidar, porque hayan pasado unos días, que nada menos que al padre José Gramunt lo quiere enjuiciar el gobierno por aquello de los cruceños flojos o con flojera. Y también, por el mismo motivo, a “Página Siete” tanto como al decano de la prensa nacional que nos honra con darnos una columna: “El Diario”.
Los periodistas están en graves riesgos en estos tiempos y no es cosa de prestar oído a los adulones que dicen que durante las dictaduras militares se las pasaba peor. La comparación es absolutamente estúpida. Claro que en dictadura, cuando las libertades constitucionales están archivadas, la prensa sufre lo suyo. Los lisonjeros del MAS tienen que comparar lo que es el trato actual a la libertad de expresión con lo que ha sido en los anteriores gobiernos en democracia. Ningún gobierno, ningún presidente, nadie ha sido más abusivo con el trabajo de los periodistas que éste, porque jamás se ha reprendido públicamente a periodistas ni se los ha amedrentado, repetimos, en democracia.
Esto de Vacaflor, Valverde, García Mérida, y muchos otros periodistas amenazados, tiene que ser manejado con pinzas por el gobierno. Su peor negocio sería pretender acallar a los que dicen su verdad. Hay algo que es claro: aunque los actuales gobernantes compren canales de televisión, periódicos, radios y hasta periodistas, siempre habrán respondones. Puede que no sean precisamente periodistas en el sentido exacto del término, pero el gobierno no va a poder meter entre rejas o en el exilio a todos los bolivianos que quieran opinar.
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