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lunes, 13 de mayo de 2013

me auto inculpo. trabajé para el Gobierno, pero también trabajé para USAID. Rafael Archondo con ironía se refiere a la guillotina que Quintana alza contra periodistas


Tras revisar la lista de profesionales condenados a la hoguera por haber cobrado dineros de Usaid, acepté aplicarme el test del ministro Juan Ramón Quintana. Y resulta que, ay, dolor, me salió positivo. Sí, lo confieso, he cometido el crimen de lesa integridad, habiendo aceptado dos veces tratos laborales con Usaid”, confiesa con fina ironía Rafael Archondo, exencargado de negocios de Bolivia ante la ONU en la gestión del actual gobierno del MAS.
la foto cuando como encargado de negocios de Bolivia en la ONU usó el foro

En su columna semanal publicada hoy en el periódico paceño La Razón, Archondo subraya inmediatamente que “puedo decir como atenuante que no firmé convenio alguno de complot; claro, posiblemente porque quien estaba en ese entonces en Palacio no izaba bandera revolucionaria alguna. Me dispongo ahora a quemar las pruebas: un par de comentarios sobre una propuesta de reforma constitucional nunca aplicada, y un ensayo sobre la propiedad de los medios en Bolivia. Eso perpetré y lo hice financiado por Usaid. Sí, culpable, sírvase incluir mi nombre en la lista, en aras de la equidad”.
El periodista Rafael Archondo, que actualmente trabaja en la Red Erbol, decidió exponer su “currículum-prontuario” (como él llama) días después que el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana (JRQ) condenara a un grupo de intelectuales bolivianos de haber trabajado con la Agencia de Cooperación de Estados Unidos (USAID).
A continuación, la columna completa de Archondo:
Mi currículum-prontuario
•Rafael Archondo
Como no me gusta juzgar a nadie (o a casi nadie, uno siempre se tropieza), he decidido ponerme voluntariamente en la picota y eso porque auto-inculparme nunca escapará de mi control ni de mis certezas. Si cometo una injusticia, habrá sido conmigo mismo, lo cual minimiza daños y ayuda siempre a conciliar el sueño.
Hete aquí que bajo la atmósfera agria desatada por la última bofetada presidencial, rotulada como “expulsión de Usaid”, han abundado reseñas autobiográficas expuestas a conveniencia de los interesados a fin de estilizar su papel de defensores a ultranza de la patria. Han salido a la luz gordos títulos académicos, medallas de mejor alumno, testimonios de entrega espartana a la causa del bienestar colectivo. Nunca tantos méritos fueron apilados tan prolijamente para pedir disculpas por el pasado cometido.  Yo voy a seguir la ruta inversa, con su venia y la de mis seres queridos.
Tras revisar la lista de profesionales condenados a la hoguera por haber cobrado dineros de Usaid, acepté aplicarme el test del ministro Juan Ramón Quintana. Y resulta que, ay, dolor, me salió positivo. Sí, lo confieso, he cometido el crimen de lesa integridad, habiendo aceptado dos veces tratos laborales con Usaid. Puedo decir como atenuante que no firmé convenio alguno de complot; claro, posiblemente porque quien estaba en ese entonces en Palacio no izaba bandera revolucionaria alguna. Me dispongo ahora a quemar las pruebas: un par de comentarios sobre una propuesta de reforma constitucional nunca aplicada, y un ensayo sobre la propiedad de los medios en Bolivia. Eso perpetré y lo hice financiado por Usaid. Sí, culpable, sírvase incluir mi nombre en la lista, en aras de la equidad.
Por si fuera poco, también trabajé en el periódico que usted tiene en su poder, cuando los accionistas más visibles eran Fernando Illanes y Fernando Romero, nombrados más adelante súper ministros de Goni. ¿Alguna prueba más sobre mi talante neoliberal? Digo en mi descargo que autoricé publicar varias veces en el suplemento dominical sendos artículos enviados desde la cárcel de Chonchocoro. Para más señas, los apellidos del preso eran García Linera. Atenuantes nunca faltan, artimañas de todo delincuente intelectual.
Mi tercer delito radica en haber trabajado para la cooperación internacional durante casi una década (Naciones Unidas y el Banco Mundial). Y claro, tampoco me encargaron apuntalar un golpe de Estado, pero a ratos revivo la triste sensación de haberle restado ocho horas laborales diarias a las causas revolucionarias más urgentes. Si no me alinearon a sus fines, por lo menos lograron distraer mis esfuerzos del insoslayable servicio al pueblo. Y bueno, la excusa que aligere mi condena podría ser que inmediatamente después serví a tiempo completo al Estado Plurinacional, así no consiguiera superar la barrera de los dos años.
Ahora, tras redactar mi propia sentencia, como solían recomendar Mao o Stalin, me pregunto si no será un acto de vanidad creer que cuando alguien se opone a tus ideas, es sólo porque se nutre de sueldos firmados en la chequera de tus enemigos. ¿Y si no fuera por plata?

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