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viernes, 28 de febrero de 2014

Lupe Cajías con maestría, pero también con dolor describe a la niña víctima de la inundación para quién "nada ha cambiado" en la Bolivia del "cacareado cambio". cuadro lastimero que arranca lágrimas de comprobar la realidad del "vivir bien" que satura al masismo, al evismo, al llunkerío.

Ella mira sin entender nada, desde el fondo de su hambre cotidiana. Es la Bolivia que no vemos porque no sale en Canal 7; ni ella se enterará de la última compra de avioncitos y autos blindados que nunca pasarán  por su lado.
Es difícil eludir sus ojos fijos. Quizá marrones, quizá ennegrecidos, quizá sólo manchados por un llanto antiguo aunque ella no cumplió todavía los seis años. El cabello luce sucio, sin champú, sin acondicionador, ni brillo. En realidad, no tiene alguna traba que lo sujete de la borrasca. En verdad, no está peinado. Ni siquiera tiene algún tipo de corte. Corre suelto, enredado, desgreñado, tapando con las mechas llenas de barro parte de su rostro y parte de la carita del niño en sus brazos.
Llueve, llueve, llueve. En el horizonte se rastrean las gotas, las aguas sucias bordeando la vereda rota y un palo como resto de lo que fue un toldo, quizá una vivienda. Parece que hace frío, pero ella sólo tiene una camiseta rotosa cubriendo su cuerpecito delgado, tiritando. No tiene zapatos, no tiene sandalias, no tiene abarcas, no tiene chanclas. Sus pequeños piececitos rozan el piso humedecido mientras se equilibra para no dejar caer al crío, seguramente un hermanito, tan desamparado como ella.
La foto de las inundaciones que publica un matutino local revela la verdadera realidad boliviana, la que no cambia. Ella es una indígena de las fronteras boscosas entre Beni, Santa Cruz y Cochabamba. Como muchas familias decidió salir de la aldea para buscar abrigo en la gran ciudad.
Atrás quedó la casucha, el sembradío, los polluelos, el perrito y los pocos trastes del día a día. Como tantos ha perdido todo lo poco que tuvo; mejor dicho, ha perdido nada de la nada que la nación le dio.
No sé quiénes son sus padres o si la abuela quedó retrasada por no resistir la caminata. No sé tampoco por qué carga con el chico, por qué no tiene vestido, por qué no tiene calzado, por qué no tiene abrigo, por qué no tiene el pelo recogido, por qué no está en la escuela, por qué no está en los planes del Vivir Bien.
Desde hace centurias que su etnia recorre la floresta para defenderse del inca y del carai, del cura y del soldado. Desde hace algunos años además debe defenderse de los que llegan para sembrar cocales, los llamados interculturales.
Hay quienes quieren sacarlos sembrando cemento para partir el bosque y quieren liquidar el parque nacional y el territorio indígena. Lo que no cambia es la miseria, la falta de previsión en cada temporada de lluvia, la acción dolosa del llamado progreso para alborotar los ríos, la deforestación.
Ella mira sin entender nada, desde el fondo de su hambre cotidiana. Es la Bolivia que no vemos porque no sale en Canal 7; ni ella se enterará de la última compra de avioncitos y autos blindados que nunca pasarán  por su lado.

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