¿Caerá Nicolás Maduro?


Carlos Alberto Montaner

Maduro y el chavismo caerán, pero no por su propio peso, sino por el esfuerzo de sus adversarios. El síntoma inequívoco está en esos millares de jóvenes venezolanos dispuestos a enfrentar a las fuerzas represivas. Los venezolanos menores de 25 años no conocen otro régimen que el confuso guirigay chavista. Si persisten, acabarán por triunfar, como sucedió en Ucrania.

Los Estados totalitarios tienen un tiempo crítico de gestación. Las revoluciones no se pueden hacer en cámara lenta y el manicomio venezolano fue inaugurado en 1999, hace 18 años. Las ingenuas ilusiones de aquel instante fueron progresivamente aplastadas bajo el peso de una nefasta experiencia gerencial que ha destruido el país trenzada con la corrupción, el narcotráfico y la idiotez.

El tiempo es un factor crítico. Cuando las revoluciones comienzan cuentan con muchos adeptos y con la curiosa expectativa del conjunto de la población, pero los caudillos totalitarios saben que deben actuar rápidamente porque la luna de miel será corta. Lenin tomó el poder en octubre de 1917 y antes de los dos años ya había echado el cerrojo. A Fidel Castro sólo le tomó 18 meses apoderarse de todos los medios de comunicación, de la enseñanza privada y de las grandes y medianas empresas.

Probablemente Hugo Chávez tuvo que someterse a otro calendario por la forma en que tomó el poder y porque hizo redactar una Constitución garantista con bastantes elementos de la democracia liberal. Enterró un texto “moribundo”, pero parió otro que hablaba de separación de poderes y de libertades, y que dejaba la puerta abierta a la insurrección en caso de que la estructura republicana estuviera en peligro.
¿Cómo se sostiene Nicolás Maduro pese al manifiesto rechazo popular al régimen?

Su poder se fundamenta en la capacidad represiva del régimen y ésta, a su vez, depende de la información que recibe y del daño que puede infligir a quienes no obedecen. De ahí la importancia del terror. El sistema juega con la ilusión de que conquista el corazón de los ciudadanos, pero no es verdad. Se trata de apoderarse de las vejigas de los súbditos. La intención es que se orinen de miedo.

Como se sabe, la información es poder. Maduro tiene acceso a los informes de la inteligencia cubana, organismo dedicado a explorar la vida y milagro de las personalidades venezolanas –opositores y chavistas–, especialmente de quienes merodean el poder y tienen la posibilidad potencial de descabezar al gobierno, sustituirlo y darle un vuelco instantáneo a la situación política.

Luego viene la represión. Los servicios cubanos aprendieron de la Stasi alemana, madre y maestra de la represión, que basta un 0,5% de la población para manejar a cualquier sociedad en la que, además, el Gobierno controle férreamente los tribunales y el aparato propagandístico para construir el relato que le permita perpetrar cualquier canallada.

¿Cómo llegaron los soviéticos y los alemanes a ese porcentaje? Según la leyenda, la cifra surge de la observación de los rebaños ovinos hecha por la eficiente policía política zarista: la temible Ojrana. Bastaba un perro feroz para mantener a raya a 200 temblorosas ovejas. Entre sus actividades estaba, fundamentalmente, la información, la desinformación, la penetración y la disgregación del enemigo.

En Alemania Oriental apenas necesitaron 80.000 personas para sujetar a 16 millones de aterrorizados súbditos. En Cuba son unas 55.000 para 11 millones. En Venezuela se trataría de 150.000 personas dedicadas a maniatar a casi 30 millones.

Sin embargo, en Venezuela no alcanzan, y ahí está “el bravo pueblo” en las calzadas y plazas para demostrarlo. Maduro quiere armar una milicia de un millón de paramilitares. ¿Para qué? Porque no se fía de las Fuerzas Armadas. Esas milicias son para evitar que un día algunos militares se cansen de su incompetencia y de sus necedades, como hicieron con el general Juan Velasco Alvarado en Perú, aunque, en su caso, tal vez termine en un avión rumbo a Cuba, rodeado de los handlers del G-2 isleño, que lo manejaban como a una marioneta inepta que hablaba con los pajaritos y bailaba salsa en medio del naufragio.

La hambruna está a la vuelta de la esquina por la falta de dólares para importar alimentos. La catástrofe es mucho peor en sociedades urbanas, como la venezolana, en las que el 78% de la población carece de habilidades campesinas. Súmese a este cuadro la falta de medicinas, de insecticidas y de todos los factores que mantienen a raya las enfermedades. El resultado es obvio: Venezuela se hunde si Maduro continúa instalado en Miraflores. Todos los venezolanos, incluso los chavistas, saben que tiene que irse.